viernes, 12 de diciembre de 2014

No Sabía

  Ella no entendía a las estrellas, no entendía el canto de sus luces. Su piel no sabía jugar con una brisa, ya sea matutina o nocturna, y si su cabello, de casualidad, empezaba a hacerlo, a ella no le interesaba. Tampoco le importaba si su voz se mecía lentamente por el aire hasta empujar una sonrisa a mi rostro, y me invitaba a descansar, o si llegaba alterada a inquietar mis oídos. Ella no creía que la profundidad de sus pupilas llegara hasta su alma, o hasta la mía, ni que sus ojos tenían el derecho de robarse cualquier luz sólo porque tenían el deber de dejarla ir otra vez, y regalársela a alguien más. Ella no sabía lo que era un paseo, simplemente usaba sus piernas, llevaba un pie adelante, y luego adelantaba al que había quedado atrás; eso era todo. Ella no sabía que la magia existe, y por lo tanto, tampoco sabía que hay que liberarla de los sitios donde se esconde, y mucho menos sabía que una vez liberada, la magia entabla una lucha contra el tiempo, y siempre le gana. Ella no creía en los sueños, pensaba que la energía provenía simplemente del dormir, y una vez que despertaba no había nada más que lo que había. Ella no sabía la libertad, tenía más fe en las miradas ajenas que en las suyas, y creía que lo que sentía era sólo eso, sentimientos que pertenecían a su interior y allí debían quedarse. Ella no sabía que la lluvia limpiaba mucho más que los tejados, ni que un par de chaparrones podían descubrir la vida que había quedado cubierta bajo los años. Ella no sabía que se podía amar sin tocar, soñar sin dormir, sentir sin razón, dar sin devoluciones, entregarse sin perderse, llorar sin sufrir; ni que se podía herir sin intención.
  Aún así, o quizá por eso, él la amaba.

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