jueves, 29 de agosto de 2013

La Belleza de la Vida

  ¿En dónde yace la belleza de la vida? ¿en su complejidad, por la cual jamás terminaremos de comprenderla y así seguirá produciéndonos preguntas y asombro durante toda nuestra existencia? ¿en su fragilidad, porque las mismas cosas que la crean y la construyen lentamente pueden destruirla de repente, y así es como un delicado tesoro al que hay que cuidar con mucha dedicación? ¿en su finitud, porque así como aparece desaparece y es como una emocionante oportunidad que debes aprovechar antes de que pase? ¿en lo que hay después de ella, porque lo que deja al marcharse es mucho más complejo y misterioso que ella misma, y casi todos esperamos ansiosos poder conocerlo? ¿en todas las cosas que permite sentir, como la frescura de una brisa, el aroma de la tierra mojada, la dulzura de la miel, la suavidad de la arena, la melodía del agua deslizándose sobre sí misma, el brillo del cielo? ¿en su peligro, gracias al cual se transforma en una placentera fuente de adrenalina y suspenso, porque la gacela en la llanura no sabe si será el próximo almuerzo de la leona que anda rondando y la niña en medio de la guerra no sabe si su casa será la próxima en ser bombardeada? ¿en su extraña manera de perpetuarse, reproduciéndose a sí misma para alcanzar así una falsa pero convincente eternidad? ¿en nuestro desesperado deseo de que sea bella, porque preferimos ser felices y disfrutarla en lugar de verla oscura y así sufrir, porque no queremos que sea fea, dolorosa o aburrida? ¿en su simpleza, porque es casi automática y quién la posee casi no debe hacer nada para mantenerla, ella se encarga de resistir casi por sí sola? ¿en las cosas que permite hacer, porque sin ella uno no puede darse cuenta ni que existe? ¿en sus momentos más tristes e injustos, porque son los que verdaderamente le dan todo el sabor y el color a aquellos que consideramos "buenos"?
  Pero, después de todo… ¿Quién dijo que en la vida yace belleza?

lunes, 26 de agosto de 2013

Ilusorio

  Era de noche. La luz que se dispersaba por el lugar era lo suficientemente tenue como para decir que estaba oscuro. Caminábamos por un largo pasillo, atravesando portal tras portal, esperando llegar a aquel sitio.
  ―A ver ―me dijo ella, que caminaba muy cerca de mí, y de pronto pude sentir un delicado roce que se deslizó por los espacios de entre mis dedos. Eran los suyos, que acariciaban mi piel casi sin querer, y se aferraban a mi mano, apretándola sin ninguna clase de violencia o brusquedad.
  Sentía con suavidad, calidez y claridad cada uno de sus dedos entre los míos; su pulgar sosteniendo el dorso de mi mano y las yemas de sus otros dedos tocando mis palmas. Las manos de ambos se habían vuelto una a la altura de su cadera.
  Me encantaba esa sensación, la irreal beldad por la que estaba rociado el momento, pero pronto miré hacia abajo con tristeza, sabiendo que aquella palabra, “irreal”, no había llegado de casualidad a mi mente. Entonces vi cómo se mecían nuestras manos entre los dos, y pensé en si decírselo o no, si suplicarle que no me diera falsas esperanzas o no, hasta que finalmente lo hice. Ella me miró desde sus enigmáticas pupilas como si hubiese soltado la frase más extraña jamás dicha en el mundo, o la oración con menos coherencia de la historia.
  ―¿De qué estás hablando? ―respondió con aquella voz que mis recuerdos jamás logran reconstruir con éxito, pues es más encantadora de lo que puedo explicar o comprender, y sujetó con un poco más de fuerza mi mano, por si tenía la intención de irme a algún sitio, por si dudaba de su intención de mantenerme cerca suyo.
  Yo suspiré, tal vez un poco más triste que antes, porque reconocía la irrealidad en sus palabras, lo efímero en el roce de sus dedos con los míos, la falsedad en el aroma que se deslizaba desde sus cabellos hasta lo profundo de mi pecho luego de pasar por mi nariz, lo utópico de aquel amor fantástico que pretendía regalarme en cuestión de segundos, y porque sabía que yo estaba ahí sólo porque no podía escapar de mis propias ilusiones…

sábado, 17 de agosto de 2013

Esta Noche De Luna Perezosa

  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche, cuando no tenga ganas de esconderme tras la mendacidad de mis párpados y te acerques a mí para rozar la piel de mis mejillas como sólo tú puedes hacerlo, porque el resto es incapaz de llorar cuando sufre, creen que es debilidad desarmarse en lágrimas, cuando estas son la más hermosa libertad del sufrimiento? Quiero que seas tú porque no te resistes a sufrir, porque no te resistes a verme sufrir a mí, no encierras el dolor en sonrisas túrbidas y vacías, desvaídas, sólo sonríes una vez que lo has liberado todo.
  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche, cuando la oscuridad, las estrellas, y los recuerdos me inviten a viajar? Porque la atmósfera es volátil y nuestros pies son jóvenes, así que podemos ir a cualquier lugar. Puedes tomar mi mano, o tomar ambas, o puedes suspirar hasta elevarme a tus labios, el sitio perfecto para despegar hacia cualquier lugar, o quedarme en el más maravilloso de todos.
  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche? Espero que sea lejos, muy lejos. Llévame con tus dedos antes de que se pierdan al pasear entre mis cabellos, o llévame con tu voz, porque aunque parezca diluirse en la densidad del aire, estoy seguro de que encuentra en la brisa los resquicios que llevan hacia el mar y alcanzan la costa al otro lado. O tal vez puedas llevarme con tu mirada, que se traga todo el cielo y lo devuelve cuando le ha dado un poco más de luz; o llévame a través de esa humedad en tus ojos que se trepa a tus pestañas y luego salta al aire con cada parpadeo.
  ¿Y hasta dónde me llevarás esta noche? Llévame a donde no conozca a nada ni a nadie, por favor, pero donde sólo una mirada baste para conocerlo todo, aunque no pueda comprenderlo; donde pueda perderme sin que me importe cómo regresar; un lugar que tal vez está muy cerca, pero se esconde entre los recovecos de la realidad; un lugar donde la compañía no sea sólo un consuelo que ilustre aún más la certeza de la soledad; un lugar que sólo conozcas tú, y que desees compartir conmigo, al que nadie más pueda ir…

sábado, 10 de agosto de 2013

No Entiendo

  Estoy en la alturas, solo, simplemente observando cómo el día se diluía en la tarde, cada vez más rápidamente con el paso de los minutos. Miro cómo una enorme capa de altocúmulos rosáceos se deslizan muy por encima de mi cabeza; por encima de aquellas luces rojas que brillan en las cimas de las antenas, y de los árboles que se convierten en siluetas oscuras y se mecen en la misma brisa fría que viaja a mi alrededor, haciéndome notar su presencia en mis mejillas; por encima de la gente y de todas las cosas que ya olvidé por estar mirando hacia arriba, por perderme en la vastedad de un cielo que se roba la belleza de la luz, y en la música que suena dentro de mis oídos desde un pequeño aparato; por encima de todo lo que creo conocer y que a veces considero real; por debajo de todo lo que solamente puedo soñar y jamás considero falso.
  Podría permanecer aquí, así, toda mi vida.
  En toda aquella amplitud, que tal vez no sea infinita, pero sí lo suficientemente grande como para que yo o mi imaginación jamás podamos recorrerla o al menos comprenderla, en esa que la luz del Sol transforma en gamas rojizas, rosas, celestes, y azules, aparece la primera estrella, como si recién iniciara su existencia, como si se hubiese encendido de repente, escabulléndose entre los huecos de los altocúmulos, y su brillo parece aumentar con cada nuevo destello de su titilar. Entonces, cuando me doy cuenta de que la plenitud que siento me ha puesto una sonrisa en el rosto, pienso: “¿Cómo puede existir la codicia?¿Cómo alguien puede desear algo más que esto?”, y es que yo podría permanecer así toda mi vida.
  ¿Cómo alguien puede desear una belleza distinta a esta, tan pura y asombrosa, tan abundante e incomprensible? ¿Cómo alguien puede desear ser protagonista de una vida diferente y renunciar a la paz y las maravillas que experimenta y presencia el espectador de lo real? ¿Cómo alguien puede bajar la mirada, a la parte más opaca de la realidad, y olvidar que allí arriba todo continúa brillando? ¿Cómo alguien puede creer que lo hermoso puede caber entre sus manos, o guardarse en alguna parte, o verse con un par de ojos? Lo hermoso sólo puede sentirse, de una manera especial, en que sólo quienes lo han sentido pueden comprenderlo.

jueves, 8 de agosto de 2013

Estrés

  Le di un cabezazo a la alacena. No me dolió. Ni siquiera un poco. Necesitaba descargar la ira que estaba creciendo dentro de mí en forma de tensión muscular y rigidez e inflamación de garganta, quitándole gran parte del lugar a mi capacidad de raciocinio.
  Últimamente, la ira logra hacer erupción a través de mí con mayor frecuencia, y eso no me agrada, me preocupa.
  De niño era algo violento, trataba mal a mis padres y a mis hermanos, y era capaz de golpear a quien me molestara. Al entrar en la adolescencia, me volví un chico tranquilo, de esos por cuyas mentes ni siquiera cruza la posibilidad de insultar a alguien. Tal vez toda la ira producida durante estos últimos años que no encontró ningún resquicio en mi personalidad por dónde salir, se ha acumulado en la cantidad suficiente para ejercer la fuerza necesaria para crearse sus propios resquicios, abrir sus propias grietas y saltar hacia afuera.
  Cuando algo me molesta, todas las frustraciones de mi vida emergen a la parte consciente de mi mente. Es como si al frustrarme porque algo me disgusta, mi cerebro activara la palabra “frustración”, y ésta automáticamente atrayera de entre todos mis recuerdos a aquellos que se relacionan con ella, con esta palabra. Me enfado y recuerdo TODAS mis frustraciones: las personales, relacionadas con mis incapacidades, y las sociales, relacionadas con las incapacidades de la gente que me rodea y la que vive a miles de kilómetros también (me frustra la impotencia respecto a asuntos que me encantaría cambiar pero por los que realmente no puedo hacer nada de nada), y así es como me enfado más, lo suficiente como para que mi cuerpo vea a la ira como a un verdadero problema, y empiece a prepararse para combatirlo (producción de estrés). Este estrés que produce mi cuerpo me exige ser utilizado, haciéndose sentir en cada una de mis partes, y es ahí cuando aparecen las respuestas violentas, porque el estrés es para combatir los problemas, los problemas se combaten para sobrevivir, y la supervivencia se basa en la violencia (superponer la vida de uno mismo sobre la del otro).
  Por esto, el estrés puede ser contraproducente, y en lugar de combatir un problema, se convierte en uno, el cual sólo puede resolverse de dos maneras: evitándolo antes de que se produzca, o poseyendo una enorme autonomía mental para controlarlo y/o permanecer indiferente a sus exigencias.
  Sólo espero tener pan para desayunar mañana.