viernes, 19 de julio de 2013

Abrazos Gratis

  Desde el momento en que vi por primera vez un video de un chico parado en medio de la ciudad, sin trasladarse mientras a su alrededor docenas de personas simplemente lo esquivaban, tal vez sin siquiera percatarse de que era una persona, quise hacerlo. Él tenía sus brazos elevados, y en sus manos sostenía un cartel muy simple que decía "Free Hugs" ("Abrazos Gratis", en español). Me propuse hacer lo mismo, a ver qué se sentía en la experiencia. Sin embargo, pensaba hacerlo recién el año que viene, cuando me marchase a la ciudad, pero hace unas semanas, hablando con una compañera de clase (creo que ella no se sentiría cómoda si le digo "amiga", pero yo soy su amigo), ella me dijo que alguna vez le gustaría hacerlo también, y que alguna vez definitivamente lo haría. Yo aproveché la oportunidad y la invité a que lo hiciéramos juntos (la vergüenza que produce la timidez es menor cuando se comparte; es más llevadera que tener que cargar con toda tú mismo, creo). Hoy, viernes 19 de julio (2013), finalmente lo hicimos.
  Salí de mi casa a las 8:55 de la mañana, porque a las 9 debíamos encontrarnos en la plaza. Llevaba mi pequeño cartel enrollado en mi bolsillo canguro, y realmente no quería hacerlo. Tenía mucha, demasiada vergüenza de caminar por la calle, en frente de la gente, con aquel cartel extendido entre mis manos. Anduve por la plaza deseando que ella no se atreviera a venir, y cuando estaba a punto de regresarme con el estómago dado vuelta por la inseguridad, ella apareció en una esquina, a las 9:10. Entonces no hubo remedio, porque debía cumplir con el trato. Tuve que enfrentar mi miedo, pues, al fin y al cabo, era algo que tenia muchas ganas de experimentar.
  Desdoblé mi cartel tomando un poco de la valentía que ella dejó ir al desdoblar el suyo, y empezamos a caminar, cada uno por un lugar diferente. Aunque es un pueblo pequeño, no demoré en cruzarme con la primera persona: era un hombre ya anciano, alto, de rostro serio; noté que leyó mi cartel, y al instante desvió la mirada, su rostro se hizo más serio y agachó la cabeza para encender un cigarrillo. Estaba claro que no iba a abrazarlo. La siguiente fue una mujer anciana, que me saludó con expresión seria y siguió camino. Después me crucé con dos jóvenes, un chico y una chica; él leyó mi cartel y se sonrió, y en seguida le dijo "dale, abrazalo, dale un abrazo al chico", pero ella se negó.
  Cuatro personas y ningún abrazo, pero finalmente, incluso cuando estaba a unos treinta metros, supe que la quinta persona me abrazaría: era una chica de aproximadamente mi edad, tal vez un poco menos, que vio mi cartel y empezó a reír. Su timidez casi la hace pasar de largo, pero a último momento me atreví a preguntarle directamente "¿querés un abrazo"?, y ella dijo "bueno" torciendo la cabeza, y entonces, al fin, tuve mi primer abrazo de la mañana (la cual por cierto estaba muy fría, ideal para abrazar). Desde ese momento hasta ahora, no he perdido la sonrisa. Vaya, qué incontrolables ganas de sonreír me quedaron después de ese primer abrazo. Supongo que ese es el fin principal de la experiencia: alegría en estado puro, genuina, casi infantil, que parece no tener ningún sentido.
  Luego me crucé con más personas, pero ninguna me abrazó. Una de ellas, al ver mi cartel, se cambió de vereda. Después acerqué a unas mujeres que estaban limpiando una iglesia y les ofrecí un abrazo: una de ellas se rió mucho, pero la otra me miró seria y me preguntó "¿para qué?", y casi sin detenerse a escuchar mi respuesta ya se alejó.
  En fin, los únicos abrazos que recibí fueron los de aquella chica y el de Noe, mi compañera de dar abrazos, que ciertamente tuvo más suerte, y dio como diez. Pero no se trata de "recolectar" abrazos o algo así, sino simplemente de dar los tuyos, y recibir otros a cambio. Mis dos abrazos son todo lo necesario para alegrarme el día.
  Volveré a repetir la experiencia cualquier día de estos. Vale la pena hacerlo, se pasa un momento muy lindo.


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