viernes, 31 de mayo de 2013

¿Vale la pena ser vegetariano?

  Esta es una pregunta personal que yo me hago a mí mismo, y por lo tanto, la respuesta es también personal. No pretendo estar formulando ninguna verdad universal o algo por el estilo, ya que todos percibimos la realidad de una manera diferente. Pero aún así soy consciente de que mi punto de vista puede ser el mismo (o muy similar) que el de muchas otras personas, y por lo tanto esta reflexión que me siento a hacer en soledad y tranquilidad puede servirles a ellas también. Para otras, todo lo que estoy a punto de escribir será sólo un montón de palabrería surgida de alguien con poco que hacer, o nada más que una opinión inválida, o un criterio equivocado y ya.


  Creo que el primer punto que debo aclarar antes de empezar a responder esta pregunta, es cuál es la “pena” de ser vegetariano, ya que, hablando teóricamente, en realidad se trata de una dieta más adecuada para el organismo humano, debido a que posee más variedad de nutrientes1 y es mucho más liviana2 que la dieta omnívora, la cual es mucho más popular.
  Sin embargo, teniendo en cuenta la vida en sociedad de la actualidad, ser vegetariano sí lleva consigo algunas cargas que hay que soportar. Por ejemplo, gran parte de los productos industrializados son realizados con grasa animal, y es suficiente con leer sus ingredientes para darse cuenta; por lo tanto, la variedad de productos a los que se puede acceder siendo vegetariano se reduce drásticamente.
  Además, a la hora de festividades o situaciones especiales con reuniones sociales, la carne nunca falta a la hora de la comida, y de cierta manera uno debe “excluirse” de la gran mayoría, porque se quiera o no, no compartir el ámbito alimenticio del resto es excluirse. En estas situaciones es cuando más extraño se siente uno, y piensa cosas como “vaya, yo no como carne pero todas estas personas sí lo hacen… ¿cuánto vale mi intención entonces?”.
  Si consideramos que muchos siguen una vida omnívora hasta la adultez, y luego por alguna razón deciden hacerse vegetarianos, deben enfrentar un drástico proceso de cambio en su forma de vida, y creo que todos sabemos lo difícil que es para las personas cambiar hábitos diarios tan arraigados. Y si uno decide convertirse durante la adolescencia, es muy posible que deba esforzarse el doble, pues al convivir con su familia debe “luchar” contra ella, contradecirla a diario, y reafirmar cada día su decisión3.
  Y en cualquiera de los dos casos, debido a la conversión y a haber llevado una vida omnívora hasta la misma, muchas personas pueden sufrir ineficiencias nutricionales que deben arreglar con suplementos4.
  Otra cuestión es que si se vive en una zona poco globalizada (como una zona rural o poblados pequeños), conseguir una variedad saludable de alimentos vegetales es realmente complicado, por no decir imposible, y sí o sí te ves forzado a tener que ir a la ciudad para conseguirlos, por lo que tu modo de vida se encarece económicamente. También hay posibilidades de que incluso viviendo en la ciudad comer se te haga más costoso en términos de dinero si llevas una dieta vegetariana, pero no siempre es el caso.
  Ni hablar de si realmente te encanta el sabor de la carne, pero debes renunciar a ella para sentirte bien contigo mismo y/o con el resto de la vida. Esa también es una “pena” válida.
  Y bueno, creo que esas son las principales “penas” o contras de ser vegetariano en un mundo claramente omnívoro. Ahora sí puedo pasar a analizar el siguiente aspecto:
  ¿Favorece realmente al resto de los seres vivos que yo me haga vegetariano?
  Hay innumerables seres vivos en la Tierra, que van desde los microorganismos como bacterias unicelulares hasta hongos pluricelulares y vegetales complejos; claramente, también los animales entramos en el grupo, y es realmente imposible no atentar contra la vida de ninguno, ya que muchos de ellos atentan contra la nuestra. Es sencillamente imposible no ser un asesino, ya que así es como funciona el Universo, y para sobrevivir, como la palabra lo indica, debemos “sobreponernos a la vida”. Por ejemplo, incluso aunque decidamos tener una vida muy corta alimentándonos a base de arcilla u otras sustancias inertes, cada vez que alguna bacteria nos enferme o ingrese a nuestro cuerpo, nuestro organismo la eliminará sin siquiera pedirnos permiso (si es capaz de hacerlo, claro).
  Entonces, ¿sirve de algo ser vegetariano si en realidad no se puede dejar de ser un asesino, y de una u otra manera te llevarás vidas que no te pertenecen? Aunque sea inevitable dejar de ser un asesino, sí podemos influir en la cantidad de víctimas que nos convierte en tal. Es decir, podemos reducir esa cantidad si lo deseamos y nos esmeramos.
  Pero… ¿no comer carne realmente disminuye la cantidad de muertes? Esta es una pregunta muy interesante:
  Supongamos que existen sólo dos alternativas de alimentos, comes carne de cerdo o comes zanahorias, y debes consumir medio kilogramo de alimento al día para sobrevivir. En promedio, los cerdos pesan 85kg, pero quitándole el esqueleto y otras partes no comestibles, hagamos de cuenta que su peso se reduce a 30 kilogramos; y las zanahorias pesan en promedio 150g cada una (siendo su totalidad comestible), pero supongamos que tres zanahorias grandes llegan a pesar el medio kilogramo diario que se necesita. Entonces, con la muerte de un cerdo podríamos vivir durante 60 días, pero con la muerte de una zanahoria no podríamos ni siquiera consumir lo necesario para alimentarnos bien un día; necesitaríamos tomar 180 vidas de zanahorias para alimentarnos los 60 días en que logramos alimentarnos tomando la vida de un cerdo. Al buscar otros ejemplos, nos daremos cuenta de que es increíblemente mayor la cantidad de muerte que genera una dieta vegetariana que la que genera una dieta carnívora u omnívora.
  Cierto, podríamos alimentarnos sólo de partes de vegetales que extraigamos de una planta sin asesinarla (como las frutas, por ejemplo), pero nuestra dieta sería sumamente pobre y deficiente nutricionalmente, y eso nos llenaría de problemas, evitaría que estuviéramos saludables.
  Sin embargo, no podemos detenernos aquí, porque la vida no sólo se trata de “cantidad”, sino también de “calidad”. ¿Cuál ha sido la calidad de ese único cerdo que nos alimentó durante 60 días? Ha vivido en cautiverio durante toda su existencia, con poco espacio en el cual moverse, posiblemente siendo sometido a dolorosos procesos como la marcación y el control de su hocico mediante un anillo, alimentándose de manera deficiente con comida rica en grasas que no lo nutría como debería haberlo hecho, condenado desde un principio a ser comida sin posibilidades de cambiar su destino, posiblemente sufriendo una muerte dolorosa y quizás hasta lenta. En cambio, la vida de aquellas 180 zanahorias, ¿cómo fue? Para los vegetales, no hay diferencia entre una vida de cautiverio o una en estado salvaje, y sin embargo podemos decir que quizás viven mejor en cautiverio pese a también estar destinadas a ser comida: reciben cuidados y atenciones que le aseguran su bienestar y como hasta donde se sabe no tienen sistema nervioso, son incapaces de sufrir el dolor (y quién sabe, quizá ni siquiera sepan que están vivas o que existen).
  Entonces, creo que este último punto es el verdaderamente crucial, el que inclina la balanza hacia uno de los dos lados, porque me parece que es mejor vivir un día feliz que un año padeciendo, por decirlo de alguna manera.
  Sin embargo, creo que aún podría hablar de un asunto más antes de formular la respuesta, y este se trata de los beneficios de ser vegetariano: es cierto, no recibirás ninguna recompensa por parte de un ser superior o algo por el estilo a causa de respetar el bienestar de tantos seres del Universo, y si bien tendrás una alimentación más balanceada y saludable, eso no te garantizará un mejor estado físico que el de cualquier otra persona que sí coma carne, pero si sientes algo de amor por este mundo (aún con todas sus cosas horribles) y por lo maravilloso que es tener la capacidad y la oportunidad de vivirlo, te aseguro que sentirás algo plenamente gratificante en tu interior, que te hará sonreír solo cada vez que pienses en ello…
  Sí, vale la pena ser vegetariano.

1El valor nutritivo de la carne es frecuentemente sobrevalorizado, y por esa razón, muchos dejan de comer gran variedad de alimentos (como frutos secos, legumbres y semillas) pensando que con comer carne es suficiente.
2Me refiero a que el sistema digestivo digiere mucho más fácilmente los alimentos de origen vegetal, y por eso se reciben los nutrientes con mayor velocidad, y se agiliza todo el proceso metabólico y fisiológico. La carne, por ejemplo, tarde entre cinco y seis horas en digerirse, y eso puede llevarnos a sentirnos “pesados” o “llenos” mucho tiempo, y por ende comer menos de lo adecuado.
3Muchos adolescentes deben incluso cocinarse a parte del resto de los miembros de la familia, cuando esta decide no apoyar ni siquiera en lo más mínimo su decisión, y de esa manera uno realmente se siente solo, aislado.
4Con el tiempo, el cuerpo humano también se adapta y se acostumbra a todo, así que después de llevar una vida omnívora, cuando deja de recibir carne repentinamente, puede tener algunas malas reacciones. Debido a esto se recomienda que la conversión sea gradual y lenta, para ir preparando al cuerpo, aunque aún así las posibilidades de daños colaterales no desaparecen por completo.

sábado, 25 de mayo de 2013

Lluvia de Estrellas en la Ciudad del Búho

  Era invierno. Todo el ambiente estaba empalidecido. Arriba los altoestratos permanecían grises y abajo el suelo yacía oculto bajo una suave y blanca manta de nieve que empezaba a escacharse. A todo el alrededor, los edificios lívidos y los copos reflejaban un difuso resplandor blanquecino que además de limitar la capacidad parecía actuar como un leve pero certero somnífero.
  El viento soplaba incansable e indiferente desde el norte, desviando el recorrido de los copos y enfriando todo lo que la nieve no lograba cubrir, como las famélicas y denudas ramas de los árboles y las paredes de los edificios. También movilizaba los robustos pliegues de su abrigada ropa y los castaños mechones que se escapaban del borde de su gorro hacia su frente.
  Él permanecía recostado sobre la barra metálica que indicaba la parada de un autobús con un cartel en su cima, y escondía sus manos en los bolsillos mientras protegía sus labios y parte de sus mejillas bajo el largo cuello de su abrigo, manteniendo el calor con su propio aliento. No levantaba ni durante un instante la mirada de aquella estrecha franja oscura en el asfalto que lograba resistirse a la dominación de la nieve. Sólo de vez en cuando la desviaba un poco para asegurarse de que ella aún estaba allí, de pie, a casi dos metros de él.
  Ella también miraba hacia abajo, y se balanceaba sutilmente sobre sus tobillos intentando generar un poco de calor en su cuerpo. Desde su nuca, sus cabellos, motivados por el viento, intentaban sobrepasar a sus hombros, ocultos bajo un pesado abrigo oscuro. Lo gélido entraba a ella a través del aire, enrojeciendo su nariz y robándole la sensibilidad a sus fosas nasales; pero desaparecía en los pulmones, y regresaba tibio al exterior, formando una nube fugaz alrededor de sus labios.
  Ninguno sonreía, ninguno podía elevar la mirada o centrar sus ojos directamente en los del otro. El tiempo, que había sido tan generoso con ambos, lentamente fue perdiendo la paciencia, y estaba próximo a abandonarlos. Las palabras que siempre habían abundado casi hasta el despilfarro, se quedaban desarmadas en su interior sin la capacidad ni la intención de salir. Pero el silencio era el escándalo adecuado para expresar la homogénea amalgama de sensaciones extrañas y mayormente amargas que parecía circular por sus estómagos y sus gargantas.
  Una mancha azul empezaba a hacerse notar en la blanca pared que construía la nevada, y aquella mezcla empezaba a arremolinarse, dándoles el deseo de gritar, el cual luego se convirtió en una necesidad que no pudo ser satisfecha.
  Él aumentaba el ruido de su respiración y apretaba sus dientes y puños, pero ni siquiera el frío que estaba a punto de congelar sus cejas y la punta de su nariz podía congelar el tiempo. Cuando aquella mancha azul se convirtiera en un autobús y se detuviera frente a ellos, todo acabaría. Y entiéndase “todo” como lo bueno, lo cálido, la capacidad de generar esa felicidad que desemboca en recuerdos hermosos pero inevitablemente dolorosos. Por otra parte, empezaría un largo camino rodeado de vacío; un camino solitario donde el tiempo tendría tanto espacio para llenar que tardaría mucho en hacerlo, y transcurriría muy lentamente debido a eso.
  Ya podía escuchar el sonido de las cubiertas del vehículo comprimiendo los cristales de nieve, dejándolos como una delgada y frágil piel de escarcha para el asfalto. Aquel sonido era el preludio de la soledad, y se mezclaba con la desesperación que empezaba a nacer en su interior. Sus deseos de gritar y correr aumentaban, pero su cuerpo le respondía cada vez con más quietud, como si la sobrenatural esfera que crecía y se apoderaba de su garganta, asfixiándola, paralizara también el resto de su cuerpo.
  El autobús se detuvo frente a ambos, y pareció detenerlo todo durante un instante. El viento, la nieve, el tiempo, sus latidos, todo se congeló durante un microsegundo. El frío fue lo único que no se detuvo, y contrariamente, se intensificó.
  Ella no podía pensar en nada. La decisión ya estaba tomada y no importaba cuánto temblara su pecho, no había marcha atrás. Nadie había querido que las cosas terminaran así, pero uno no puede controlarlo todo en la vida.
  Él tragó saliva cuando escuchó que la puerta corrediza se deslizó con brusquedad para abrirse, y abrió su boca para no asfixiarse. Su cerebro bombardeó su mente con las imágenes de decenas de recuerdos, y su sangre empezó a recorrer tan velozmente como los pensamientos todo su cuerpo. Pero luego, en una porción de tiempo lo suficientemente diminuta como para que ningún humano pudiera comprenderlo, aquellos recuerdos se diluyeron en la imaginación de un futuro, en la realidad cercana que empezaría tan sólo en unos instantes, cuando ella subiera al autobús, lo mirara de reojo por la ventanilla, y la puerta se cerrara. Una realidad horrible. Una realidad que exasperaba. Una realidad sin ella.
  Ella levantó la cabeza para dar el primer paso al frente, y él estalló en un movimiento veloz. La rodeó con sus brazos como si estuviese a punto de caerse de un precipicio, y la apretó contra su pecho como si quisiera unirla a su cuerpo. Sumergió su nariz y labios en su cabellera y se sintió libre cuando disfrutó su aroma.
  —No te vayas —le dijo desde atrás del oído, con los ojos fuertemente cerrados, y la sujetó un poco más que antes.
  Ella elevó sus manos y bajó sus dedos sutilmente hasta los brazos de él, pero no dijo nada. Parpadeó pausadamente, como si se hubiese sumergido en el sueño durante un instante, y empezó a deslizarse hacia abajo sin hacer ningún esfuerzo extra. Los brazos que la rodeaban se debilitaron a medida que la resignación se apoderó de su dueño, y al final cayeron sin fuerzas mientras ella hacía un paso al frente. Pero antes del segundo paso, se detuvo, y su silencio estiró un poco más la agonía de ambos.
  ―Adiós ―dijo entre los copos de nieve, el viento, los recuerdos, y las dudas. Se quedó unos momentos más de pie, tal vez implorando que él volviese a sujetarla, o esperando que al menos le dijese algo más antes de partir. Paro nada sucedió, y subió los dos escalones del autobús.
  Él agachó la cabeza mientras sus párpados intentaban cerrarse, negando y pretendiendo no ver más la realidad, y se quedó allí, de pie, mientras el silencio y el frío lo envolvían y lo convertían en nada más que otro objeto dentro del paisaje urbano, como un letrero despintado o un banco poco usado.

martes, 21 de mayo de 2013

Primera...

  Me gustaría atesorar para siempre momentos como este, con el cielo cubierto de altoestratos y una brisa fría entibiando mis cálidas mejillas; con tu cuerpo a centímetros del mío, y nadie más a nuestro alrededor; con tus ojos brillando hacia los míos desde un poco más abajo; contigo sonriéndome como si fuera el chico más especial del mundo. Quisiera guardar el sonido de tu voz y cada una de sus palabras, con su entonación y duración exactas, para revivirlas cada vez que me sienta abandonado o perdido, o cuando simplemente desee un poco de felicidad. Pero mi mente es frágil, y sé que el tiempo irá erosionando lentamente estos recuerdos, moldeándolos a su gusto e incluso desarmándolos por completo, dejando a penas algunos fragmentos. Además, mi mente también es débil, y jamás logrará revivir todas las sensaciones que en este momento recorren mi cuerpo y que no parecen tener mucha lógica o sentido, pero sin ninguna duda me llenan de felicidad.
  Sí, me encantaría guardar este momento en una cápsula o en un pequeño frasco, y tomármelo o abrirlo luego, para llenar otra vez mi mundo de ti. Eso, o sencillamente congelarlo; continuar caminando y avanzando, pero estando siempre a la misma distancia de aquella esquina que se encargará de separarnos, porque al decirte “Hasta mañana”, sé que todo esto que siento se desplomará en mi interior, y aunque tardaré algunos minutos en darme cuenta, finalmente mi sonrisa se desvanecerá.
  Pero aún así, al regresar a casa, algo lograré rescatar de entre los escombros, y cantaré un par de canciones, porque no sé, me das ganas de cantar. El canto es la forma en que canalizo esa alegría tan pura, genuina e intensa que me produces.

  PD: Me encanta que te asombre todo lo que para mí es tan normal…