Recorre toda la ciudad con su vieja bicicleta, y cuando el
Sol empieza a caer y a ponerse rojo, se detiene allí, donde no hay concreto, ni
casas, ni árboles… Un pequeño descampado cubierto de pasto, en medio de toda la
civilización, como si por alguna razón hubiesen olvidado poblar ese rincón. Allí
mira a todo su alrededor, como si estuviera esperando algo, ¿pero qué? No se
citó con nadie, no llamó a ninguna persona, tampoco lo llamaron, ni nadie
anunció ningún suceso en el lugar. ¿Qué espera entonces? Tal vez sólo espera
que pase el tiempo, que el día se oscurezca y lleguen las estrellas; tal vez
está esperando que algo extraño y repentino suceda, y destruya amablemente la
agónica aburrición de la monotonía; tal vez está esperando que una sonrisa misteriosa
y encantadora lo salude, y le dé inicio a un mundo absolutamente irreal; tal
vez espera qué esperar, algo que le de sentido al girar de las manecillas del
reloj; tal vez espera que las cigarras se callen, o que no lo hagan jamás; tal
vez espera que el tiempo se detenga, para que el atardecer se vuelva eterno y
no haga falta esperar nada; tal vez simplemente espera poder darse cuenta de
que no está esperando nada…
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