sábado, 14 de julio de 2012

Cartas de Amor

 No es tan grave no haber recibido ninguna, pero si nunca has escrito una te has perdido una de las experiencias más emocionantes y memorables de la infancia y/o la adolescencia.
 Primero pasas horas pensando si la escribes o no, si realmente vale la pena hacerlo. Empiezas a escribirla sin buscar palabras demasiado complejas, tal vez sin buscar ni siquiera las palabras adecuadas, utilizando sólo las más sinceras. Cuando la tienes terminada, te das cuenta de que lo que has escrito es una completa ñoñería, y vuelves a empezar, hasta que finalmente te resignas y la dejas como está.
 Después, cuando ya la tienes lista, gastas las suelas de tu calzado pensando si se la entregas o no, imaginándote su posible reacción, con miedo, con ilusión y con ansias. Luego, cuando el momento está cada vez más cerca, el calor y los nervios se apoderan completamente de ti, sin importar la manera en que se la darás: a escondidas, cara a cara, a través de algún amigo.
 Cuando finalmente está en su poder, todos esos nervios y ese calor explotan, dejándote una extraña sensación de ansiedad y convirtiéndote en el ser más impaciente del Universo, pero ya hay cierta calma en ti, porque sin importar la respuesta, te has atrevido a enseñar tus sentimientos más lindos y profundos…
 Recuerdo perfectamente la primera carta de amor que escribí: fue en cuarto grado de primaria, para una niña que se llamaba Martina. Estuve tres días hasta que la terminé (incluí también una canción en ella), y la entregué junto a una caja de chocolates. Su cara se puso completamente roja (no quiero imaginarme la mía), y no quiso tomar ni la carta, ni los chocolates. La carta la terminó leyendo uno de sus amigos, y a los chocolates se los repartieron entre las amigas. Así es, un completo fracaso, porque aquella reacción no era motivada por una timidez extrema, sino que yo realmente no llamaba nada su atención.
 Pero también recuerdo la primera vez que fui yo el receptor de la carta: fue en segundo grado de primaria, y para mi maravillosa suerte, me la entregó la mismísima chica que me gustaba. Sin embargo, reaccioné tan estúpidamente que no puedo recordar lo que cruzaba por mi mente en aquellos instantes. Terminé de leerla, y me paré en el medio del aula; “¿Quién quiere una carta?” dije, y se las sorteé a los chicos del grado, que se burlaron todo el año de la valiente  chica por el gran corazón que había dibujado. Nunca olvidaré que escribió mal mi nombre, y en lugar de “Ángelo”, puso “Anyelo”… Por suerte, el insensible, egoísta y pervertido yo de primaria ha quedado muy atrás en el tiempo.
 Ah, y permítanme decirles que recibir una carta de amor es una de las cosas más motivadoras que pueden sucederte, sobretodo si eres como yo (padeciente de S.A.D. o de baja autoestima), porque hace que te sientas sumamente especial, inigualablemente especial, y absolutamente único…

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