lunes, 7 de mayo de 2012

Fragmentos #2

 —¿Alguna vez pensaste en cómo son las nubes arriba? —le preguntó la niña viendo cómo una se estiraba muy por encima de su cabeza.
 —No entiendo —le aclaró su compañero arrugando la frente.
 —Me refiero a la parte de arriba de las nubes, la que no vemos.
 —Mmm… No, pero creo que deben ser muy parecidas a como son abajo.
 —¿Tú crees? Una vez leí que arriba de las nubes hay ciudades enteras y que en ellas viven los ángeles. ¿Crees que existan los ángeles?
 —No lo sé, nunca pensé en eso.
 El pequeño niño siempre había creído en Dios, siempre le pedía que lo ayudase a él y a su madre, y siempre lo culpaba de todo ese mal que lo perseguía, pero nunca se había detenido a analizar la existencia de seres más pequeños que Dios y más grandes que él.
 —Hay veces que quisiera creer en ellos, pero estoy segura de que no existen.
 —Pero si existe Dios, debe ser que también existen ellos.
 —Tampoco creo que Dios exista.
 El niño se levantó abruptamente, como si el mismísimo suelo bajo su espalda lo hubiese empujado.
 —¿Lo dices en serio? ¡Claro que existe! —le vociferó y ella lo miró sorprendida. —Tal vez cuando estoy muy enojado o triste digo que no, pero siempre estoy seguro de que Él existe.
 —Entonces, si es verdad que existe… ¿Crees que Dios es bueno?
 De una forma calmada, contraria a la manera en que se había levantado, regresó su espalda a la gramilla.
 —Creo que sí, aunque a veces no entendamos por qué hace las cosas.
 Tras la respuesta del niño, ambos mantuvieron el silencio y se concentraron en ver cómo las rápidas ráfagas de las alturas transformaban el vapor de las nubes y lentamente las iba deshaciendo. En ese momento era demasiado sádico pensar que había ciudades sobre ellas.

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